El nombre más tradicional de estos dulces es Quarkbällchen, pero yo he seguido la receta de una bloguera suiza que propone una versión más pequeña con una masa que, eso sí, es más líquida. De este modo conseguir bolas perfectas será más difícil si no tenemos mucha práctica, pero en el fondo importa poco porque salen igual de ricos. ¿No tenéis quark a mano? Podéis usar queso crema de untar sin problemas.
Escurrir el posible suero del queso. Como decía al principio, se puede sustituir por queso crema de untar, pero mejor no usar una versión desnatada. Colocar en un recipiente mediano los huevos, el azúcar vainillado, el azúcar y el agua. Si preferís domar un poco mejor la masa podéis omitir el agua para que quede más sólida.
Batir con batidora de varillas hasta que quede una mezcla cremosa. Añadir el queso y batir un poco más. Incorproar la harina tamizada con la levadura y la sal, y batir ligeramente hasta que no queden grumos. Preparar un plato grande con papel de cocina y un cuenco con azúcar mezclado con canela al gusto.
Calentar abundante aceite de girasol -o de oliva virgen extra, si lo preferís-, en un recipiente no demasiado ancho, pero con profundidad suficiente para que las bolitas puedan flotar. El aceite debería alcanzar los 170ºC y mantener la temperatura constante.
Freír pequeñas porciones de masa echadas con ayuda de dos cucharillas, intentando que queden redondeadas. No sobrecargar el espacio, freírlas en tandas poco a poco. Se darán la vuelta ellas solas; sacar cuando estén doradas y dejar escurrir el aceite en el papel. Rebozar en azúcar con canela.
